Welcome to Japungle, or brief stop before acculturation

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Me doy cuenta de que a mí la escritura me viene de la víscera. Viene de una necesidad terapéutica de estructurar mi ser interno, y quizás por eso nunca me convertiré en escritora. Eso me pongo a pensar, porque no puede ser que mi oficio dependa de si tengo algo en el estómago o no. Y además uno no puede estar todo el tiempo hablando sólo de sí mismo. Hay que opinar de Assange contra la extradición, del 132 contra Televisa, de las Pussy Riot contra el encarcelamiento, de Phelps contra la privación de medallas, del nuevo libro más leído de Paul Auster, de la historia de la restauración en Borja y así (¡de la reforma laboral!). Pero, en fin, mientras me entretengo leyendo lo que otras personas escriben sobre todos esos temas –y tranqui, la verdad, nunca he sido gran lectora del periódico, también de eso me confieso–, a mí lo que me preocupa arreglar, solidificar y argumentar es mi yo-yo mismo. Así que tendré un quorum reducido, porque tampoco es que viva una de esas vidas emocionales de soprano de coloratura o acceda a un mundo interno digno de un viaje de peyote. Nah. Yo escribo decentemente porque me aprendí las reglas de la buena redacción, la buena ortografía y la buena gramática. Fuera de eso, no soy particularmente ni inventiva, ni informada, ni inflamable. Medio ninfómana, sí (y hago muy malos chistes, ¿ven?).

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Así que hoy vengo a vagar por mi identidad "étnica". No la identidad étnica del Nikkei, del half-Japanese, la del mexicano o del japonés o del mexicano-japonés o japon-es-mexicano. LA MÍA. Otra vez, regresa el tema de la identidad a este blog, porque otra vez estoy en el espacio geográfico que me hace contrastar y definir las categorías que se relacionan con la nación, la nacionalidad, el nacionalismo, la pertenencia, el estereotipo, las normas, el núcleo, la periferia, etc. Eso es porque Japón es Japón, y sigue siendo drásticamente tradicional; pero también es porque la japonesidad es un rasgo que, aunque en algunas cosas adquirí naturalmente, en otras tuve que trabajar arduo para internalizar, y en otras más ni la voluntad me alcanzó para practicarlas. Y antes de que mis prudentes y reservados lectores empiecen a hacer conjeturas, procesos similares tuve con la mexicanidad.

Le llaman culture shock, whatever that means –siempre que se habla de cultura, hay que respirar y esperar a entender a qué se refiere el otro con "cultura", antes de empezar siquiera a afilar el sable–. Anyway, la UNIBUSINESS (University of Northern Iowa) define 'culture shock' de la siguiente manera (lo uso porque fue la primera entrada del google y me funciona, y no porque sean ninguna autoridad al respecto) (traducción libre, las cursivas y los paréntesis son míos):

---->El trauma que se experimenta cuando entras a una cultura distinta de la tuya. Problemas de comunicación que involucran frustraciones originadas en la falta de comprensión (comunicación verbal y no verbal, costumbres y sistema de valores; estándares de limpieza, seguridad en las calles).
Claro que a estas alturas del mundo globalizado, todos los que decidimos mudarnos a otro país ya hemos pasado por esto, con sus particularidades. Y los que no se han mudado de país, se habrán mudado de barrio o de escuela, y habrán vivido algo similar, apuesto. Los defensores de la existencia de las naciones querrán por supuesto hacer contrastes sobre todo entre países, pero la verdad es que un cambio de comunidad, sea cual sea, te provoca una experiencia que se acerca al culture shock descrito arriba.


Cada tanto, soy objeto de este proceso. Cada vez que cambio de ambiente. Siempre que tengo la necesidad o la disposición de pertenecer. Si he cambiado de banda. Cuando me presentan con la familia. Cuando he empezado la escuela, he conseguido un nuevo trabajo, me he cambiado de vecindario, me he mudado de país. Primero sufro múltiples sustos y, luego, eventualmente, sucede. Que comienzo a actuar como ellos, a hablar como ellos, a acomodarme a sus costumbres, a comprenderlas. A eso le llaman aculturación.

La profundidad y la rapidez de la aculturación dependen de la voluntad. Y la voluntad depende de la voluntad.

La primera vez que vine a vivir a Tokyo, tenía harta voluntad. Había venido a Japón acompañada de mi mamá, de mi hermano, de toda la familia, o sola, pero sólo por unos meses, venía de compras, a hacer el tour de las aguas termales, a las giras artísticas de mi madre con sus amigos y los hijos de todos, de camping, a trabajar en un Youth Hostel en Nagano, montañas, nieve, templos, juegos de cartas, trenes, comida, la abuelita, Nintendo y ropa. Para mí no había nada más chingón que esos viajes. Y mientras más venía, y mientras más tiempo me quedaba, más ganas me daban de vivir acá. Siempre sentía que el tiempo no me ajustaba para seguir acercándome a la gente, para entender lo que yo defendía que era mi otra mitad, para seguir hablando japonés.

つづく (continuará)...

Comments

Anonymous said…
:)espero el siguiente post

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